Hablemos de la muerte.
Sin tabúes ni eufemismos.
Sin miedo.
Porque la muerte no es más que vida
que se va apagando,
que se transforma,
que va al encuentro de otras vidas,
al encuentro del amor que perdió,
de la felicidad sin dolor,
de la verdad sin mentiras,
de la paz sin preguntas,
de las respuestas que explican.
La muerte te hace mirar dentro de tu alma
para buscar a la persona que parece apagarse ante ti
y ver lo que sembró en tu vida,
lo que ha florecido con su ayuda
o en su compañía,
ver lo que has llegado a ser
gracias al tiempo que habéis compartido,
entender su presencia y su ausencia.
Y si, al mirar, encuentras el hueco que ha dejado
en su camino hacia Dios sabe dónde,
o esa goma que se estira
hasta casi romperse, pero resiste
y comprendes
que puedes seguir adelante
viviendo su presencia ausente, entonces
sabrás que esa persona estuvo aquí
para darte vida con su vida,
que su misión está cumplida
y que tu sonrisa será la suya
a la espera del reencuentro,
de ese reencuentro que sólo
la misma muerte puede regalarnos.
Porque, al final, la muerte no es otra cosa
más que amar hasta el infinito
y más allá.
A mi madre. A mi padre. A los demás. Gracias. Por todo
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