miércoles, 23 de agosto de 2023

Para siempre

 ¿Recuerdas cuando te conocí?

Mi alma era una habitación a oscuras llena de cajas de plástico azul y de cartón.

Apenas se podía dar un paso sin tropezar con restos del pasado, incluso de día. Todo hacía daño.

La vida era difícil. Respirar también (la soledad es opresiva). Al corazón le costaba latir.

La vida me empujaba. Mi cerebro me gritaba que le dejara en paz y mis ojos sólo querían llorar.

Acurrucada en mi sillón con una bandeja llena de desesperanza me limitaba a ver rostros desconocidos pasando por el televisor. Sonaban sus palabras sin sentido, vidas planas y palabras huecas. Sin sabor, sin aroma, sin materia, sin color. 

Me preguntaba si alguna vez saldría de aquel agujero sin fondo y asfixiante, si podría salvarme.

Levanté la mirada. Y apareciste tú. Y amaneció. Para siempre.

A quienes se nos fueron

Hablemos de la muerte.
Sin tabúes ni eufemismos.
Sin miedo.
Porque la muerte no es más que vida
que se va apagando,
que se transforma,
que va al encuentro de otras vidas,
al encuentro del amor que perdió,
de la felicidad sin dolor,
de la verdad sin mentiras,
de la paz sin preguntas,
de las respuestas que explican.

La muerte te hace mirar dentro de tu alma
para buscar a la persona que parece apagarse ante ti
y ver lo que sembró en tu vida,
lo que ha florecido con su ayuda
o en su compañía,
ver lo que has llegado a ser
gracias al tiempo que habéis compartido,
entender su presencia y su ausencia.

Y si, al mirar, encuentras el hueco que ha dejado
en su camino hacia Dios sabe dónde,
o esa goma que se estira
hasta casi romperse, pero resiste
y comprendes
que puedes seguir adelante
viviendo su presencia ausente, entonces
sabrás que esa persona estuvo aquí 
para darte vida con su vida,
que su misión está cumplida
y que tu sonrisa será la suya
a la espera del reencuentro,
de ese reencuentro que sólo
la misma muerte puede regalarnos.

Porque, al final, la muerte no es otra cosa
más que amar hasta el infinito
y más allá.


A mi madre. A mi padre. A los demás. Gracias. Por todo

Cuando me dejes

 

Cuando me dejes, no me des explicaciones.

Lo entiendo, lo que es nunca debió ser más.

Llegado el momento, dime simplemente que te vas.

Dime adiós con una sonrisa, con melancolía envinada en tinto

Y cierra la puerta con suavidad.

Y mientras oiga tus pisadas al bajar los escalones, alejándose,

Me quedaré soñando con puestas de sol sentidas y músicas vividas

Y dormiré feliz arropada en ellas

hasta que sea mi turno.