Desde que estamos encerrados he buscado en mi cabeza mil situaciones a las que agarrarme para poder encontrar fuerzas y sentirme afortunada. Mi mente es de esa clase que no se rinde ante la desesperanza, que recurre a la experiencia, al conocimiento y a la espiritualidad para no perder la cordura y que busca la felicidad en cualquier situación.
Sí, claro que en un principio el centro de nuestro pensamiento eran los sanitarios, los que nos abastecen de alimento, los adolescentes a los que educamos... Nuestras familias, nosotros mismos. Me acordaba también de los ancianos que viven solos día a día (y que quizá en esta situación, paradójicamente, encuentran más compañía que nunca), de las personas que sufren maltrato, de los que no se llevan bien con sus familias...
Pero pronto se trató de buscar referencias, modelos de esta experiencia, guías o luces para este túnel oscuro que ha aparecido de repente en nuestro camino y no estaba en un principio en los mapas ni en nuestro itinerario.
Creo que la primera persona que me vino a la cabeza fue Ana Frank, su encierro y su vida. Cómo durante un tiempo sobrevivieron ella y su familia al encierro que les ocultaba de quienes querían asesinarlos sólo por ser diferentes. Luego recordé los campos de concentración ("La Lista de Schindler" flotó durante unos días en mi imaginario con su violín melancólico y su dramático blanco y negro). "Los girasoles ciegos" tendría aquí su espacio paralelo, pienso ahora.
Después, viendo la tragedia de aquellos que intentan seguir llegando a nuestro país aun en esta situación, me acordé de los campos de refugiados. De los que viven en guerra, asustados, desabastecidos, sin recursos, con hambre, huyendo, perdiendo a seres queridos, confinados, vigilados y sin posibilidad de recurrir a Amazon o a Internet para llenar sus vidas.
A continuación pensé en los presos. "Ahora podemos ver lo que sienten, cómo es no poder salir y la rutina que afrontan cada día... Lo que es perder la libertad", decía. Mi argumento para los que creen que la cárcel es un premio para los delincuentes.
Luego fueron referencias históricas a las grandes epidemias que la humanidad ha sufrido. Una imagen en las noticias me dejó sobrecogida: en una ciudad, no recuerdo dónde, los muertos yacían abandonados en las calles, y tras ser situados en palés eran recogidos con camiones de transporte de mercancías, mientras los encargados de tan tristísima labor iban todos cubiertos de equipamiento que les protegiese del contagio. Era inevitable el recuerdo de aquellas imágenes de los libros y películas en las que aparecían las víctimas de la peste negra amontonadas en carros tirados por acémilas. Sí, pensé, aquello también fue superado con la ayuda de muchos héroes y heroínas que no contaban con ninguna protección.
Durante esos días, pensé en los voluntarios de las organizaciones que siguen ayudando e intentando llegar, con llamadas telefónicas, repartos personalizados y campañas on line, a quienes lo necesiten y se han quedado aislados.
Finalmente, quizá un poco tarde, en Semana Santa llegó la parte espiritual. Recordé a Ignacio de Loyola, encerrado con su pierna quebrada por la bomba y con sólo vidas de santos para leer, y cómo ese período cambió su vida y la de tantos otros y otras que vendríamos después. Y los últimos a quienes he recordado son los discípulos de Jesús y su madre, encerrados sin salir por miedo a que les apresaran. Esperando al Espíritu que cambiaría igualmente sus vidas para siempre.
Sinceramente, creo que el "Resistiré" llegó demasiado pronto, en un ambiente incluso excesivamente festivo. Ahora viene lo más duro, el resistir de verdad. Cuando esto se alarga, cuando creemos que ya todo va a mejor, que las medidas tienen que ser menos restrictivas porque esta situación de limitación de libertades pone a prueba nuestra paciencia. Cuando queremos enfadarnos y echarnos encima de toda aquella persona que nos dice que esto no se ha acabado ni se acabará, y que nuestros planes este año se han hecho añicos y muchos sueños con ellos, sin posibilidad de recuperarlos. Cuando queremos ir a la playa o al campo, salir a cantar y a bailar, a celebrar con nuestra gente. Y aparece alguien que ensombrece nuestra esperanza con un "todavía no".
Mirar hacia atrás y ver que la ciencia no lo es todo y no tiene todo controlado es una lección de humildad. La respuesta sería volvernos hacia lo que nos fortalece el espíritu y no solo el cuerpo. Las mascarillas y la distancia nunca nos salvarán de la desesperanza y la tristeza. Para resistir necesitamos un espíritu fuerte. La carne es débil. Lo que hace que los seres humanos superemos ahora, como entonces, duelos, enfermedades, prisiones, hambre, soledad... es aquello que se llama resiliencia. Y necesita ser ejercitada tanto como nuestros músculos.
Es tiempo de plantearnos cómo vamos a resistir, cómo vamos a salir más fuertes. Mi manera de hacerlo es a través de estas reflexiones y de mi fe, junto a todo aquello que normalmente llena mi ocio y mis sueños (la música, las historias...AKF. YANA.). Y hacer planes para estos días, pero también sin fecha para cuando sea posible hacerlos realidad.
Cada uno y cada una tiene su propia forma de conseguir resistir y avanzar en el camino, siempre aprendiendo de las experiencias que va atravesando. Lo cierto es que cuando esto termine, habrá un "Y ahora, ¿qué?". Y la respuesta dependerá de quiénes seamos al final de este encierro.
¿Dónde terminan nuestras experiencias? ¿Dónde comienzan nuestros sueños?
ResponderEliminarLa respuesta depende de cuántos tesoros consigamos descubrir bajo la capa de polvo y herrumbre y de cuántas veces volvamos a esa casa de la playa en nuestro corazón...aunque sigamos entre cuatro paredes ;)