Leí este poema con... ¿dieciocho años, quizá?
Anoche se me ha perdido
en la arena de la playa
un recuerdo
dorado, viejo y menudo
como un granito de arena.
¡Paciencia! La noche es corta.
Iré a buscarlo mañana...
Pero tengo miedo de esos
remolinos nocherniegos
que se llevan en su grupa
—¡Dios sabe adónde!— la arena
menudita de la playa.

Pedro Salinas, Presagios (1923)
No lo pude olvidar. Por suerte. Me gustó tanto que lo memoricé (más o menos).
Después, al pensar en ello me acordé de este querido y sencillo poema de Pedro Salinas. Las cosas que una recuerda y las que no.
De todas las horas que tiene el día, de todos los minutos y segundos, de todas las vivencias y experiencias que podemos atesorar, sólo algunas permanecen (y no siempre de la misma manera para quienes las vivieron juntos). A veces sé por qué, a veces no. Es triste mirar fotos o vídeos y saber que tú estas ahí, pero no recordar qué se dijo, qué sentiste, qué pasó... Si esto me infunde tristeza, me duele infinito imaginar por lo que pueden pasar las personas con Alzheimer o amnesia que son conscientes de esa pérdida de su historia y quienes comparten con ellas esas memorias perdidas.
Para mí, la escena más profunda y dolorosa de La historia interminable de Michael Ende es aquella en la que (según yo la recuerdo) Bastian, que en el reino de Fantasia ha olvidado quién es y de dónde viene, trabaja en la mina y encuentra imágenes de su pasado sin reconocerlas. Entre ellas, la imagen de un dentista triste y gris en la que se detiene sin saber por qué. Su padre, al que ha dejado solo al huir de la realidad que le hacía sufrir. A partir de ahí algo cambia en él, y progresivamente llegará a reconstruirse, llegará a quererse y aceptarse y volverá al mundo real crecido y cambiado. No busquéis esta escena en la película, ya sabéis lo que hacen con los libros los guionistas de cine.
A veces, los recuerdos que perdemos son vitales para nuestra historia. Dicen que durante la noche, la mente hace limpieza y orden, y que es algo bueno y necesario. Puede que sea cierto. Pero yo también, como Salinas, tengo miedo de esos
remolinos nocherniegos
que se llevan en su grupa
—¡Dios sabe adónde!— la arena
menudita de la playa...
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