sábado, 2 de mayo de 2020

Héroes de tiza

Trabajo en un centro educativo con más de mil alumnos, desde 3 años hasta... edad indefinida. Un centro que ahora, por este asunto de la COVID-19, sigue funcionando a través de la red, como el resto de colegios e institutos, academias, universidades.

A veces me detengo a contemplar a mis compañeros de trabajo, sus historias (lo que sé de ellos), sus vidas. Tengo y he tenido el lujo de compartir reuniones, experiencias, tareas y horarios con personas increíbles.

Ahí tienes a los cerebritos, algunos y algunas superdotados o "de altas capacidades", unos reconocidos con título y otros que podrían serlo pero han decidido que no no lo necesitan o que no tienen tiempo para eso. Siempre diseñando, inventando, ya sean físicos, biólogos, matemáticos, ingenieros, arquitectos, economistas, maestros de taller y técnicos en las diferentes ramas de Formación Profesional, lingüistas, filósofos, historiadores, psicólogos. Y también tienes a los que, sin tanto currículum, desbordan una calidad humana que ya quisiéramos que tuvieran todos aquellos por cuyas manos pasamos a lo largo de nuestra vida.

Tengo compañeros y compañeras que están fabricando pantallas protectoras contra el (la) Coronavirus con las impresoras 3D que usaban para sus clases. Compañeros que diseñan robots o programas informáticos, o idean métodos de energía alternativa, como cocinas solares que funcionarán en proyectos solidarios. Que hacen experimentos que despiertan la imaginación de sus alumnos y conciencian sobre la maravilla de la naturaleza que nos rodea, que les enseñan lo que es un huerto. Que trabajan en proyectos solidarios y que enseñan debate.

Tengo compañeros de alma artista, escritores, dramaturgos, cuentacuentos, poetas, bailarines, pintores, marionetistas, músicos de profesión o de afición, y especialistas en mindfulness, que nos hacen disfrutar con sus locuras y que animan a sus estudiantes a ser creativos, a desarrollar su sensibilidad, sus emociones y su personalidad, a ser la mejor versión de ellos mismos.

Tengo compañeros que imaginan gymkhanas y juegos para que nuestros alumnos desfoguen, se diviertan y creen recuerdos para toda la vida sembrados en los campos de deporte de nuestro colegio.

Tengo compañeros doctores que se arrancan por rumbas o que enseñan ajedrez, doctoras que diseñan actividades interactivas y acompañan a los alumnos en sus viajes de estudios y salidas culturales. Tengo compañeros que son multitarea y pueden trabajar en veinte flancos a la vez sin dejar por ello de ser eficientes y dar lo mejor de sí mismos, mientras trabajan de periodistas en televisiones locales. Compañeros que podrían enseñar a universitarios y, sin embargo, dan todo su talento a los de Infantil y Primaria.

Tengo carpinteros y mecánicos que consiguen asombrarnos con aquello que son capaces de hacer con madera o pintura o motores, y nos demuestran que la formación profesional también es un arte.

Tengo compañeras y compañeros, algunos a punto de jubilarse, que sin tener apenas idea de informática o de Internet le han echado coraje a la enseñanza on line para intentar que los alumnos no se vean perjudicados durante el confinamiento, y que buscan estrategias para comunicarse con ellos y que ninguno se quede atrás.

Tengo compañeros que saben escuchar y que viven y trabajan poniendo en práctica sus creencias y valores, su fe o su ética. Con o sin título, curas, laicos, pastoralistas y no pastoralistas. Que median, que se preocupan, que buscan solucionar y mejorar. Que luchan por la paz y por edificarla. Que intentan concienciar sobre los problemas y desigualdades sociales y esperan hacer nacer en los estudiantes el deseo y la voluntad de intentar dejar el mundo mejor de lo que se lo encontraron.

No cabe aquí todo lo bueno que sale de tanta gente especial, me dejo mucho de lo que hacen como enseñantes o educadores o personal de administración y servicios, y que hacen de nuestro lugar de trabajo un hervidero de cultura y una escuela de paz.

Muchas veces quienes los miran desde afuera no caen en la cuenta de que mis compañeras y compañeros son además personas con familia, padres, madres, hijos, hijas, hermanos y hermanas, que lidian cada día con llevar adelante su hogar y el de otros que les necesitan, personas que cuidan de sus mayores, que se preocupan por la educación de sus hijos y por su futuro, como cualquiera de los que dejan a sus hijos e hijas en sus manos cada día.

A muchos de ellos y ellas les he visto presentarse delante de una clase de entre veinte y cuarenta alumnos y alumnas, niños o adolescentes, cuando no tenían nada que dar. Cuando se encontraban en los peores momentos de su vida. Sobrellevando depresiones, divorcios, problemas familiares de todo tipo, muertes de personas queridas, enfermedades graves e incluso cáncer.

Yo sé lo que es eso. No es fácil ese momento en el que estás vacía o rota y sabes que tienes que dar tu clase, y que se note lo menos posible. Y que, al menos, tus alumnos no se vean perjudicados, mientras que tú lo único que quieres es gritar, llorar y salir corriendo a esconderte hasta que pase todo. Te diriges por el pasillo respirando hondo a la puerta, levantas la cabeza y entras diciendo: "Buenos días" a los alumnos, que suelen abordarte nada más verte con saludos, quejas, problemas, bromas, y a quienes te esfuerzas en responder con una leve sonrisa aunque apenas puedas ni mirarles para que no vean las lágrimas asomadas a tus ojos. Por suerte, y sin ellos saberlo, eso mismo es lo que te da vida y te ayuda a seguir adelante.

El curso sigue, como la vida, y uno forma parte de la otra, para estudiantes y profesores, en lo bueno y en lo malo.

Trabajo en un centro concertado, con menos sueldo y más horario que los públicos. Si nos preguntas por qué aquí y no en otro sitio, verás que cada uno y cada una tiene su historia. Para mí mis compañeros y compañeras son héroes y heroínas. Sus nombres están escritos con tiza, y se borran con el tiempo. No reciben aplausos ni reconocimiento social. Ese anonimato es el que les hace, a mis ojos, más admirables.

Profesores y profesoras, maestros y maestras, personal de administración y servicios de los centros educativos: Ojalá algún día recibáis todos el aplauso sentido que merecéis y, mirando hacia atrás, con los ojos brillantes, digáis: "Ha valido la pena".