Pero han pasado muchas cosas. Y un día, cansada, dolorida y triste, decidí abrir el trastero. Y todo lo que había escondido se me cayó encima.
Enterrada entre tanto trasto, saqué la cabeza y las manos para coger las cosas que más brillaban... Y mi sorpresa fue grande, enorme.
Esas cosas me hacían feliz. Inmensamente. Y las había escondido.
Me levanté y dejé el trastero abierto. Cogí esas cosas brillantes, las limpié y brillaron aún más. Y las coloqué en el centro de mi casa, junto a otras más nuevas que también relucen por sí solas, sustituyendo a aquello que me parecía ahora mate y opaco, sin significado.
Hoy, al mirarlas, sonrío y miro hacia atrás con agradecimiento. Miro al atardecer y brindo sonriendo por el día que decidí abrir el trastero.
Pittsburgh, julio 2016
